JOANA TORO

Todos los derechos reservados © Joana Toro

Joana Toro es una artista y autora cuyo trabajo se desarrolla entre la imagen y la narrativa íntima. Su práctica explora la memoria, la identidad y los vínculos personales desde una mirada sensible y contemporánea, utilizando el libro como un espacio de reflexión y experiencia. Rosalina es uno de sus proyectos más significativos, donde imagen y texto dialogan para construir una obra poética que invita al lector a una lectura abierta y emocional.

Qué te llevó por primera vez a San Basilio de Palenque y cómo fue tu primer encuentro con doña Rosalina Cañates Pardo?


JT:
Mi primer encuentro con Rosalina fue hace siete años, en un contexto muy parecido al que vive cualquier visitante que llega a San Basilio de Palenque. Los guías suelen llevar a los turistas donde distintos sabedores de plantas para recibir una bendición o un santiguo, y quienes participan suelen dejar un tributo en agradecimiento. Ese día, después de recibir el santiguo, decidí quedarme un rato más de lo habitual. Quería conocer mejor a Rosalina.

Mencionas que sentiste una conexión inconsciente con África. ¿De qué manera este proyecto te ayudó a reconocer o reconectar con esas raíces dentro de tu identidad mestiza? 

JT: En 2009 viajé por primera vez a Palenque para un assignment de revista. Fue un viaje muy rápido y el reportaje se centró en el Lumbalú, un rito fúnebre en el que los palenqueros despiden a sus muertos a través de cantos y tradiciones, guiando sus espíritus hacia la montaña más alta de África. Ese mismo año realicé un reportaje a manera personal  sobre la Asociación de Parteras Unidas de Buenaventura, donde el parto humanizado, el uso de plantas y las tradiciones africanas se entrelazan profundamente.
A través de esos dos trabajos pude reconocer con claridad la influencia africana que atraviesa Colombia y muchos países de Suramérica: comemos, bailamos y hablamos África, aunque no siempre seamos conscientes de ello.
El trabajo con Rosalina me permitió reconectar con mis raíces campesinas, con la tierra y con las plantas.

El trabajo con Rosalina me permitió reconectar con mis raíces campesinas, con la tierra y con las plantas

¿Qué aspectos del conocimiento de doña Rosalina sobre las plantas y la medicina tradicional consideras que mejor reflejan el legado africano en Colombia?

JT: Creo que ella encarna por completo ese legado africano: en su forma de vivir, en la manera en que habita y ocupa su espacio. Pero es, sobre todo, en el momento en que canta los santigüos sincretismos cristianos y africanos (sus oraciones) donde siento a África viva. 

África se reconoce en el sonido, en la vibración y en la música, y en Rosalina esa memoria sonora sigue resonando con fuerza.

Tu texto menciona la luna, las plantas y los ciclos naturales. ¿Qué papel juega la espiritualidad y el tiempo en la construcción visual de este trabajo?

JT: La espiritualidad y el tiempo son la columna vertebral de este trabajo. En Palenque, los ciclos naturales —la luna, las plantas, el amanecer— no son metáforas: son herramientas vivas que organizan la vida cotidiana y la práctica curativa. Para Rosalina, sanar no es un acto aislado; es un diálogo constante con la naturaleza y con los espíritus.
Entender eso me obligó a bajar el ritmo y a mirar de otra manera.

En mi construcción visual, el tiempo funciona como un maestro. No trabajo desde la inmediatez; trabajo desde la observación lenta, desde estar presente. La luz cambia, la energía cambia, la montaña cambia, y yo voy registrando esos pequeños movimientos. Esa temporalidad —más circular que lineal— es la que permite que aparezca lo espiritual, incluso sin fotografiar directamente los rituales.

La espiritualidad entra en el proyecto como una atmósfera, no como un espectáculo. La luna marca las noches en Palenque; las plantas marcan los días; y la voz de Rosalina, con sus cantos y santigües, crea un puente entre lo visible y lo invisible. Mi trabajo intenta acompañar ese ritmo, respetarlo y traducirlo en imágenes que no expliquen, sino que escuchen.

En últimas, este proyecto es un ejercicio de sincronizarme con ese mundo: un mundo donde la curación, el territorio y la memoria están en permanente diálogo.

El proyecto tiene un componente muy íntimo, incluso familiar. ¿Cómo influyó el recuerdo de tu abuela en la manera en que fotografiaste o narraste esta historia?


El componente íntimo y familiar del proyecto se conecta directamente con mis abuelas campesinas, especialmente con mi abuela Ana Jesús Mora. Ella ha sido la inspiración más grande de mi vida desde que era niña: sus saberes del campo, su destreza con la tierra y su sabiduría inmensa —aun sin haber ido nunca a la escuela— la convirtieron en la persona más sabia que he conocido.

En Rosalina encontré algo de ese mismo lugar conocido, casi como un abrazo maternal. Fue como si la vida me diera una segunda oportunidad para experimentar ese mundo de sabiduría campesina que habita en la Colombia profunda.

¿Cómo fue el proceso de ganarte la confianza de doña Rosalina y de la comunidad de Palenque para poder documentar su vida y sus saberes? 

JT: La confianza se construye con tiempo. En la mayoría de mis proyectos, mientras más convivo con las personas que fotografío, más íntima se vuelve la imagen resultante. En el caso de Palenque, al ser una comunidad profundamente orgullosa de su cultura, existe una apertura generosa hacia quienes llegan con verdadero interés en conocer el territorio. En ese sentido tuve suerte. Aun así, lo que realmente marca la diferencia es el tiempo de calidad que comparto con mis temas y con las personas que fotografío; esa dedicación es vital para que el trabajo tenga profundidad y verdad.

En mi construcción visual, el tiempo funciona como un maestro. No trabajo desde la inmediatez; trabajo desde la observación lenta, desde estar presente. La luz cambia, la energía cambia, la montaña cambia, y yo voy registrando esos pequeños movimientos. Esa temporalidad —más circular que lineal— es la que permite que aparezca lo espiritual, incluso sin fotografiar directamente los rituales

¿Qué desafíos enfrentaste al representar una tradición ancestral sin caer en la mirada folclórica o exotizante? 

JT: Es difícil, porque nuestras mentes han sido colonizadas desde nuestro nacimiento. Por eso, como mencionaba antes, intenté trabajar desde la atención plena: ser observadora, paciente y realmente presente en el territorio.

Sé que para algunos espectadores este tipo de trabajo puede leerse como una mirada exotizante, y es importante aclararlo. Yo no soy negra ni vivo en Palenque; soy una mujer mestiza, de origen campesino, aunque crecí en la ciudad.

Mi forma de mirar nace precisamente de ese linaje campesino: de la relación íntima con la tierra, de los saberes de mis abuelas y de un profundo respeto por las comunidades que visito. No intento apropiarme de una historia que no es mía, sino acompañarla, aprender de ella y construir imágenes desde la escucha y la conexión humana, no desde el exotismo.


Después de tantos años visitando Palenque, ¿cómo ha cambiado tu comprensión sobre lo que significa ser afrodescendiente o mestiza en Colombia y en América Latina?

JT: No sé exactamente qué significa ser afrodescendiente en términos identitarios profundos, y no pretendo hablar desde un lugar que no me corresponde. Pero como mujer mestiza sí puedo decir que la tierra, las plantas y la luna nos pertenecen a todos por igual. Cada día que pasa, como sociedad, nos alejamos más de esa naturaleza para refugiarnos en pantallas vacías, llenas de algoritmos e imágenes plásticas.

Creo que haber nacido en una cultura campesina —aunque luego haya crecido en la ciudad— me permite mirar el mundo de una forma más real, más auténtica, o al menos menos materialista. En América Latina, tanto las personas negras como las mestizas compartimos raíces profundas ligadas a la tierra y a la comunidad. Y estoy convencida de que, cuando la tecnología ya no sea suficiente para sostener nuestra vida emocional y espiritual, esos saberes serán fundamentales.

El desafío es que todavía vivimos dentro de un sistema capitalista que privilegia la desconexión, la competencia y una visión del mundo que rompe los vínculos con lo esencial. Mi trabajo busca, justamente, volver a esos lugares donde la relación con la naturaleza y con los otros sigue siendo un pilar de la vida.

Todos los derechos reservados © Joana Toro










Next
Next

NELSON MORALES